Carrados, Clark
Fuera, a diez o doce metros de distancia, una gigantesca sombra se movía
con paso irregular, como desorientada en un terreno que le resultaba
desconocido. Crest comprobó con asombro que medía al menos dos metros y
medio de altura. La falta de visibilidad dificultaba la percepción de
detalles. ¿Era un oso de dimensiones descomunales?
Detrás de él, los
perros ladraban desaforadamente. Aquel extraño ser captó de pronto la
luz y se vino hacia la ventana. Instintivamente, Crest levantó la
escopeta. Durante un segundo, divisó un rostro horrible, unas facciones
que no eran humanas, pero que tampoco correspondían con los rasgos de un
animal conocido. ¿Llevaba ropas el ser o era su propia piel lo que
veía?
De súbito, Crest oyó un grito a sus espaldas: -¡El monstruo, el
monstruo! El ser dio media vuelta y, con velocidad increíble, se perdió
en la oscuridad. Casi en el mismo instante, volvió a soplar el viento y
su potencia hizo trepidar las paredes de la cabaña. Crest reaccionó y se
volvió hacia la joven para preguntarle por las causas de su grito,
pero, con gran sorpresa, se la encontró tendida en el suelo sin
conocimiento.
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