12 de febrero de 2017

Hace Que La Noche Venga

Oyola, Leonardo


Una novela que arranca con un linyera (en realidad un atorrante, como el protagonista aclara repetidamente) durmiendo en una estación de subte de una línea con un túnel en construcción, y un asesinato cuyo ejecutor es “la noche”, no tiene más destino que agarrar al lector y no soltarlo hasta el final. 

La historia básica gira alrededor de crímenes, mafiosos, policías corruptos y héroes que vienen a poner justicia, dicho así una historia de género ordinaria y vieja, pero la novedad transformadora, la creación ingeniosa, está puesta en, primero, el fantástico que colorea todo el planteo, después, un desarrollo en el que aparecen revelaciones más extraordinarias todavía, y un desenlace en el que convergen los perfiles del abanico de personajes, perfiles dibujados a lo largo de toda la trama siempre al borde de sus extremos, que en el final los desbordan y explotan. 

El escenario y el tiempo contribuyendo a un clima preciso, las anomalías constantes, las entretenidas lateralidades que acaban por fundirse en el nudo argumental y, sobre todo, la gama de personajes fuera de todo molde, acaban por construir una novela que casi no tiene desperdicio. 

A propósito de los personajes, creíblemente increíbles me sale decir, y sólo como botones de muestra que no anticipen demasiado a quién todavía no la leyó, hasta los animales y los objetos tienen entidad propia y atrayente, un Winchester 67 prácticamente cobra vida en La Rosa Amarilla, como lo bautiza su dueño y lo trata como a una esposa, o el gato Pichuco, al que los médicos le dan a comer la apéndice cuando se la extirpan en un hospital público al protagonista, y desde ahí lo sigue todo el tiempo, no por fidelidad sino porque la apéndice le gustó tanto, que está a la espera de que se muera para comer el resto.


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