Oyola, Leonardo
Una novela que arranca con un linyera (en realidad un atorrante, como el
protagonista aclara repetidamente) durmiendo en una estación de subte
de una línea con un túnel en construcción, y un asesinato cuyo ejecutor
es “la noche”, no tiene más destino que agarrar al lector y no soltarlo
hasta el final.
La historia básica gira alrededor de crímenes, mafiosos, policías
corruptos y héroes que vienen a poner justicia, dicho así una historia
de género ordinaria y vieja, pero la novedad transformadora, la creación
ingeniosa, está puesta en, primero, el fantástico que colorea todo el
planteo, después, un desarrollo en el que aparecen revelaciones más
extraordinarias todavía, y un desenlace en el que convergen los perfiles
del abanico de personajes, perfiles dibujados a lo largo de toda la
trama siempre al borde de sus extremos, que en el final los desbordan y
explotan.
El escenario y el tiempo contribuyendo a un clima preciso, las
anomalías constantes, las entretenidas lateralidades que acaban por
fundirse en el nudo argumental y, sobre todo, la gama de personajes
fuera de todo molde, acaban por construir una novela que casi no tiene
desperdicio.
A propósito de los personajes, creíblemente increíbles me sale
decir, y sólo como botones de muestra que no anticipen demasiado a quién
todavía no la leyó, hasta los animales y los objetos tienen entidad
propia y atrayente, un Winchester 67 prácticamente cobra vida en La Rosa
Amarilla, como lo bautiza su dueño y lo trata como a una esposa, o el
gato Pichuco, al que los médicos le dan a comer la apéndice cuando se la
extirpan en un hospital público al protagonista, y desde ahí lo sigue
todo el tiempo, no por fidelidad sino porque la apéndice le gustó tanto,
que está a la espera de que se muera para comer el resto.
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