Carrados, Clark
De un modo literal, la llevaba a rastras por los cabellos, sin que, pese
a los desesperados esfuerzos que ella hacía, pudiera librarse de
aquella mano que parecía hecha de dedos de hierro. Los ojos del hombre
brillaban demoniacamente, expeliendo destellos en los que se apreciaba
al mismo tiempo una ciega cólera y una morbosa satisfacción.
Ella era todavía joven, aún no había cumplido los treinta años, muy
rubia y de agradable figura. En aquellos momentos, su cuerpo estaba
cubierto solamente por un largo camisón blanco, que le hubiera dado
cierto aspecto fantasmal en otras circunstancias.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario