Garland, Curtis
La luz lívida rasgó el cielo negro.
Fue como un reventón de claridad cárdena, fantasmal. La acompañó un
bramido terrorífico. Temblaron los cristales de las ventanillas. La
lluvia arreció, chorreando sobre los vidrios como torrentes de lágrimas.
El paisaje, apenas vislumbrado cuando el rayo centelleó en las
alturas, no resultaba excesivamente acogedor. Era sombrío, hosco y nada
hospitalario. No se vieron luces de pueblos o de viviendas aisladas en
la campiña británica. Nada que significara existencia de vida, a ninguno
de los lados de la vía férrea que el convoy continuaba recorriendo con
perezosa lentitud.
Los viajeros se miraron con sobresalto, en el compartimiento de primera clase.
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