Sánchez Ferlosio, Rafael
Alfanhuí tiene los ojos amarillos como el alcavarán. Era, de chico,
amigo de los lagartos, pero también del gallo de una veleta que le
enseñó muchas cosas sobre los colores. Después estudió con un
taxidermista que tenía una criada que un día se puso verde y se murió.
Alfanhuí es el espectador itinerante de hombres extraños pero reales.
Él
vive las aventuras sin inmutarse, adaptándolas a una cotidianeidad
fantástica en la que lo estridente no existe. Entre andanza y andanza
crece más sabio y quizás más triste. Lo que le interesa conocer no es la
verdadera realidad, sino el ensueño que la envuelve, no es el mundo tal
cual, sino la artificiosa fantasía de una ilusión.
Con algo de Charlot y
algo de Lazarillo, pero sin el aspaviento de don Carnal o la penuria
del mísero, en los viejos pueblos y las polvorientas rutas que Sánchez
Ferlosio magistralmente pinta, Alfanhuí, industrioso y andante, nos
deleita.
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