Hare, Burton
Era un mundo verde, lujurioso y primitivo, envuelto por el resplandor
azulado de la noche. Ligeros montes, cubiertos de una espesa vegetación,
rompían la monotonía de un paisaje llano como el mar.
Un calor
sofocante anunciaba el alba, y luego, cuando el sol llamado Bruam se
levantó, sus radiaciones doradas dibujaron los rebordes verdes del
planeta y aumentaron su temperatura hasta grados insoportables.
El
color de ese mundo, verde azulado, era tan intenso como el del océano,
tan vivo que parecía convertirse en llamas y en brasas que cambiaran de
color con la temperatura. Era un amanecer como otros millones de
amaneceres que a lo largo del tiempo se habían sucedido, fertilizando
la vida vegetal y propiciando la evolución de sus seres superiores.
Las nubes se incendiaron con la luz de la mañana, arremolinándose en
lentas espirales, flotando sobre los bosques, los ríos y los llanos cual
un manto perezoso que se extendiera protegiendo la vida.
Sólo que en ese amanecer había algo distinto, algo que nunca había sucedido antes.
Más allá del horizonte azulado, una masa gris flotaba en la inmensidad
del espacio, una astronave gigantesca surgida del pozo insondable de
las tinieblas.
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