27 de octubre de 2013

Los Cazadores

Hare, Burton


Era un mundo verde, lujurioso y primitivo, envuelto por el resplandor azulado de la noche. Ligeros montes, cubiertos de una espesa vegetación, rompían la mono­tonía de un paisaje llano como el mar. 

Un calor sofocante anunciaba el alba, y luego, cuan­do el sol llamado Bruam se levantó, sus radiaciones do­radas dibujaron los rebordes verdes del planeta y aumen­taron su temperatura hasta grados insoportables. 

El color de ese mundo, verde azulado, era tan inten­so como el del océano, tan vivo que parecía convertirse en llamas y en brasas que cambiaran de color con la temperatura. Era un amanecer como otros millones de amaneceres que a lo largo del tiempo se habían sucedi­do, fertilizando la vida vegetal y propiciando la evolu­ción de sus seres superiores. 

Las nubes se incendiaron con la luz de la mañana, arremolinándose en lentas espirales, flotando sobre los bosques, los ríos y los llanos cual un manto perezoso que se extendiera protegiendo la vida. 

Sólo que en ese amanecer había algo distinto, algo que nunca había sucedido antes. 
Más allá del horizonte azulado, una masa gris flota­ba en la inmensidad del espacio, una astronave gigan­tesca surgida del pozo insondable de las tinieblas. 

   

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