Garland, Curtis
Y un simple cadáver, un cuerpo muerto durante milenios, se transformó en
la hermosa Hatharit, la perversa sacerdotisa del Espíritu del Mal. En sus ojos llameó nuevamente una luz perdida en la noche infinita
de los tiempos. Algo vital, ardiente y demoledor, saltó a las pupilas
negras y malignas. Su mente dio una orden a alguien. Una orden que había
esperado casi tres mil años.
¡Destruye! ¡Destruye, Ekhotep! ¡Mata! ¡Acaba con los humanos que
causaron tu infortunio y el mío! ¡Es una orden! ¡La orden de Hatharit,
hija y sacerdotisa de Apophi, Espíritu del Mal?! Súbitamente, entre los vendajes manchados de brea aromática, algo
cobró vida, algo se movió y palpitó al influjo maléfico de la hembra
rabiosa, vuelta desde las sombras de la Muerte.
Y hacia el cuello de sir Ronald Gilling, se movieron, sigilosas,
inadvertidas, dos manos crispadas, de las que pendían pingajos e
hilachas de vendajes remotos?
Un alarido repentino, largo y aterrador, brotó de la tumba oscura y polvorienta.
Un grito de muerte, escapado de una desgarrada garganta humana,
corrió en la noche silenciosa del Valle de los Reyes, bajo las estrellas
inmutables que, acaso, milenios antes, asistieran al principio de
aquella tragedia.
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