Coretti, Ada
La oscuridad era intensa, cerrada. El cielo se hallaba encapotado. Había
empezado a llover. La silueta del caserón se perdía entre aquellas
intensas sombras, sobre la leve colina. No había iluminación en sus
ventanas. En ninguna de ellas. Todos sus ocupantes debían estar
durmiendo, pues era ya más de medianoche. Por lo menos, esto era lo más
natural, sencillo y lógico de suponer. Sin embargo, alguien en la casa
estaba despierto y acababa de salir de su dormitorio, con pasos medidos,
sigilosos, para que no se oyeran.
Esta persona, tras permanecer unos
instantes inmóvil, agudizando el oído para asegurarse de que los demás
reposaban en sus respectivas habitaciones, siguió adelante por el
pasillo. Al llegar a la escalera, la enfocó hacia arriba, hacia el
ático. Lentamente, con prudencia, pero sabiendo bien adónde iba y por
qué iba, fue directamente hacia el cuarto oscuro, aunque, antes de
entreabrir la puerta, vaciló, dudó. Pero no mucho. Sólo unos breves
instantes. Como si se lo hubiera estado pensando mejor.
Pero se lo tenía
ya bien pensado. No iba a volverse atrás. Debía llevar a cabo lo que se
llevaba en la cabeza. Abrió la puerta, pues, y entró? Y allí dentro
estuvo bastante rato. Tuvo que estarlo. No le quedó otro remedio. Iba a
encontrar algo y debía dar con esa cosa.
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